Por Alberto C. Velázquez Solís, Utsil Kuxtal, Centro de Derechos Humanos A. C.
Ante este panorama, la propuesta desde el utsil kuxtal, desde la vida plena, es apostarle al reconocimiento de los derechos de la naturaleza y reconocer la importancia de la guardianía de los pueblos indígenas sobre su patrimonio biocultural y su territorio. Desde luego, esto va de la mano con la exigencia de facto del respeto a los derechos colectivos de los pueblos indígenas al territorio, a la autonomía y la libre determinación.
Hablar del capitaloceno desde una perspectiva antropológica, nos obliga a partir de un viejo debate entre la cultura y la naturaleza, los seres humanos históricamente nos hemos apropiado y adaptado al medio ambiente, generando cierto nivel de desgaste. Desde las primeras herramientas e invenciones, sea el fuego, la rueda o una punta de flecha, hemos adaptado la naturaleza a nuestras necesidades, sin embargo, en todo este proceso la humanidad ha ido dejando cierta huella ecológica, es decir, hemos ido desgastando al planeta, a esta etapa geológica se le conoce como “antropoceno”.
El expansionismo, al igual que el comercio, fueron generando, cada vez más, formas agresivas de explotación de los recursos naturales. La llegada de la Revolución Industrial generó un salto en el ritmo de vida, de producción y consumo que, a manera de efecto de bola nieve, ha ido creciendo y maximizando la explotación de recursos. Sin embargo, algunos autores señalan que el ritmo de apropiación y la manera de aprovechamiento no ha sido la misma en los diferentes grupos culturales.
Si pensamos, por ejemplo, en los pueblos indígenas, como sería el caso del pueblo maya, cuya cosmovisión busca mantener cierto equilibrio con la naturaleza, dicha concepción nos pone en una lógica distinta al pensamiento occidental.
Cuando un milpero va a sembrar, primero tiene que pedir permiso a los yuumtsilo’ob para poder trabajar dicha tierra, cuando siembra y cosecha, ofrenda los primeros frutos a los señores del monte, también realiza ceremonias para que haya una buena cosecha el próximo año, para que caiga la lluvia, y para que todo se mantenga en calma. Si ya no va a volver a trabajar dicha porción de tierra, realiza nuevamente una ceremonia para devolver el terreno a sus verdaderos dueños.
Desde nuestra cosmovisión como mayas sabemos que no existe la “propiedad privada”, esto no quiere decir que hoy en día la gente no sea dueña de su tierra, de su casa o de su parcela. Las leyes del Estado mexicano, tales como la Ley Agraria, han permitido que se pueda privatizar, incluso mercantilizar la tierra. Sin embargo, desde la cosmovisión maya uno no es dueño de la tierra, ya que sus verdaderos dueños son los yuumtsilo’ob (los señores del monte), seres sobre naturales anclados en las creencias, cuya función principal es proteger el monte y la tierra, y desde luego, todo lo que ahí habita y tiene vida. Por eso, son espacios considerados sagrados. Cuando un milpero va a sembrar, primero tiene que pedir permiso a los yuumtsilo’ob para poder trabajar dicha tierra, cuando siembra y cosecha, ofrenda los primeros frutos a los señores del monte, también realiza ceremonias para que haya una buena cosecha el próximo año, para que caiga la lluvia, y para que todo se mantenga en calma. Si ya no va a volver a trabajar dicha porción de tierra, realiza nuevamente una ceremonia para devolver el terreno a sus verdaderos dueños.
Los yuumtsilo’ob son también nombrados en distintos pueblos como aluxo’ob o báalamo’ob, más allá de la nomenclatura, el papel de éstos es el mismo cuidar y proteger el monte y la tierra, sobre todo, aquellos espacios que se consideran sagrados: los cenotes, los montículos prehispánicos, pero también a cada ser que ahí habita.
En Chablekal, cuentan que un día estaban unos cazadores en el monte, ya habían cazado lo suficiente, pero aún así decidieron continuar. Pasadas las horas, vieron a un señor vestido de blanco, con unas barbas muy largas, su vestidura era similar a la de los antiguos mayas en la época de las haciendas, únicamente tenía un éex (una especie de calzoncillo largo), con una camisa de manta, que rebasa la cintura llegando al muslo. Él les preguntó que estaban haciendo allá en el monte, ellos en seguida comentaron que estaban cazando. Entonces les preguntó, si no pensaban que ya era suficiente, por lo que afirmaron añadiendo que les estaba yendo bien, que estaba cayendo el venado. El anciano les dijo que ya era mejor que se fueran, no tenían por qué seguir cazando, pues con lo que habían logrado ya era suficiente, de seguir así, podrían hacer enojar al señor de los venados. Después de eso el anciano se marchó caminando. Sin embargo, los cazadores en ese momento supieron que se habían tocado un yuumtsil quien les estaba advirtiendo sobre las posibles consecuencias de sus actos. Al contarlo en el pueblo los abuelos reprendieron a los jóvenes cazadores, pues ya les tienen dicho, que no hay que abusar de la escopeta.
Y al igual que con el pueblo maya, los distintos pueblos indígenas poseen relatos similares, en los que las fronteras entre la humanidad y la naturaleza se difuminan, siendo uno mismo.
Así como la historia anterior, existe distintos relatos, en los que se cuenta cómo se debe de mantener cierto equilibrio con la naturaleza. Y al igual que con el pueblo maya, los distintos pueblos indígenas poseen relatos similares, en los que las fronteras entre la humanidad y la naturaleza se difuminan, siendo uno mismo. Ante estas visiones distintas, algunos investigadores piensan que el concepto de “antropoceno” es injusto al poner en una sola cajita distintas responsabilidades, pues existen grupos sociales que han sido mucho más extractivistas y expansionistas que otros. Aunque, todos en mayor o menor medida, han generado un desgaste ecológico, sin embargo, es necesario ubicar las causas concretas del deterioro planetario.
Es por eso que hay quienes, en vez de usar el concepto de antropoceno, prefieren utilizar el término de “capitaloceno”, ya que ha sido el interés por generar “riquezas” a partir de la producción industrial, del extractivismo de materia prima, para generar “comodidades” y “lujos”, que finalmente terminan erosionando al planeta. Es tras la llegada del capitalismo, y la mundialización de las mercancías, que se ha incrementado el costo ecológico proveniente de megaproyectos, mismos que terminan afectado al territorio de los pueblos indígenas. Por ejemplo, el Movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir, en Argentina, han tenido que hablar del “terricidio”, el asesinato a la “madre tierra” ocasionado por la minería, los agrotóxicos, la industria porcícola, la revolución verde, el desplazamiento de comunidades enteras y la aniquilación de espacios considerados sagrados para los pueblos indígenas.
Por su parte, los zapatistas nombraron a este monstruo como la hidra capitalista, con sus múltiples cabezas, entre las que se ubican también el colonialismo, el racismo, el patriarcado, la modernidad, el neoliberalismo, los megaproyectos, la militarización, que en conjunto, terminan por quebrar al planeta, particularmente a los pueblos indígenas y a sus territorios.
El capitaloceno entonces es una forma de condensar todas las consecuencias que se han derivado del capitalismo, de la acumulación innecesaria de riquezas, mismas que han provocado diversas crisis ecológicas, siendo hoy día una de las principales, la crisis hídrica, pero de eso hablaremos en otra ocasión.
Ante este panorama, la propuesta desde el utsil kuxtal, desde la vida plena, es apostarle al reconocimiento de los derechos de la naturaleza y reconocer la importancia de la guardianía de los pueblos indígenas sobre su patrimonio biocultural y su territorio. Desde luego, esto va de la mano con la exigencia de facto del respeto a los derechos colectivos de los pueblos indígenas al territorio, a la autonomía y la libre determinación.